¿Por qué mi hijo se muerde las uñas?
Los niños que no paran de morderse las uñas suelen tener cierta ansiedad; y si te fijas, lo hacen en momentos en que deben permanecer quietos, y es la forma de expresar ese sentimiento de miedo, temor e inquietud
La onicofagia es el nombre que se le da a la acción compulsiva de morderse las uñas hasta comérselas; y en niños es síntoma -como otras muchas manifestaciones- de cierta tensión o ansiedad, señala el libro Mi Hijo Crece.
El acto de morderse las uñas rara vez es un síntoma aislado; este generalmente se manifiesta en un niño que a temprana edad ha presentado anomalías del apetito o que hasta ahora se chupaba el dedo, refiere el libro y agrega que es frecuente que la onicofagia se asocie en el pequeño a otros síntomas de nerviosidad, como terrores nocturnos e inquietud.
El niño suele morderse más las uñas en el colegio, durante la lectura, en el cine o antes de dormirse, es decir, en el curso de períodos durante los que debe permanecer quieto y en los que su ansiedad no puede encontrar otros medios de expresión.
No obstante, la onicofagia puede tener distintos significados: puede representar la descarga de una emoción, como la cólera o la rabia. “La mordedura o rasgadura de una uña es exactamente una mutilación y puede ir acompañada, no solamente de la satisfacción de manifestar su agresividad, sino también del placer de sufrir”, señala el libro.
La onicofagia está ligada a una sensación de alivio; y “es frecuente que ese alivio no se experimente hasta que la uña no está roída casi por completo, con los ángulos rodeados y la superficie bien lisa. Se comprende, pues, que en esto de morderse las uñas entra cierta parte de búsqueda de perfección, deseo casi obsesionante de eliminar toda resistencia y toda aspereza”, apunta el libro.
Las cosas que no debes hacer para evitar que el niño se muerda las uñas
A los padres les suele disgustar mucho la onicofagia, e intentan por todos los medios que su hijo deje de morderse las uñas untándoles líquidos malolientes, colocándoles guantes, atándole al pequeño las manos, castigos y recompensas son los medios empleados más frecuentemente, señala el libro.
La onicofagia, una vez instalada como síntoma, se convertirá rápidamente en un hábito, es decir, que ya no corresponderá tan solo a un escape de angustia, sino que será un ademán automático, indominable y casi constante. Todas las medidas terapéuticas serán vanas si no se intenta actuar sobre la causa misma de la onicofagia más bien que sobre el síntoma aislado.
Los padres suelen ignorar la inocuidad de la onicofagia en sí, y se inquietan por los trastornos digestivos que pudiera producir, por las infecciones de la boca o del tubo digestivo a que pudiera dar lugar y por las consecuencias peligrosas de tragar un pedazo de uña, etc. En realidad, la onicofagia no acarrea ningún peligro grave, y si hay razón para alarmarse es más bien por el hecho en sí mismo.